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La gente tiende a pensar que las instituciones estatales no funcionan porque quienes las manejan son unos incompetentes. Aciertan -en parte- pero los criterios de calidad van más allá de las manos de quienes están a cargo de las instituciones estatales.
Como las manejan incompetentes –dice la gente- entonces hay que traer nuevos funcionarios, más honrados y eficaces, que sepan hacer su trabajo. Y, año tras año, buscan al funcionario perfecto, pero éste no llega. Asimismo, se cree, al Estado hay que hacerlo más eficiente, aunque nunca se piensa en que hay que hacerlo más pequeño.
La eficacia y calidad de un servicio privado dependen indistintamente del mercado en el que se desenvuelve dicho servicio. El Estado, por el contrario, para ser eficiente cobra impuestos y para dar un mejor servicio contrata a más funcionarios, y éstos le cobran su sueldo al contribuyente. Pero las empresas, así en manos del Estado, siguen siendo ineficaces, entonces el gobierno por inercia, cobra más impuestos. Y la gente, aún así, no ve los resultados.
El mercado se acaba donde empieza el Estado. Y el Estado intenta imitar al mercado para ser eficaz, coaccionando al pueblo; y como no es perfecto, tiende al parasitismo.
El mercado sí es perfecto. El precio de un bien viene determinado por las curvas de demanda y oferta. Si el consumidor no ve calidad, entonces el bien o servicio fracasa y gana la competencia. En el mercado todos buscan beneficios, desde el consumidor hasta el oferente del bien o servicio. El consumidor busca beneficios claros: quiere cosas mejores y que sean más baratas. El oferente busca beneficios bastante claros también: quiere producir un servicio económico y de calidad.
Este juego de oferta y demanda desemboca en un anhelo racional de calidad. Y la calidad no viene determinada únicamente por el producto, sino por la riqueza de los participantes.
El Estado no tiene competidores ni curvas, no busca la calidad de forma natural y no puede asumir los roles que le pertenecen al mercado: pero lo hace. Y por eso después sale la gente a la calle quejándose de la pobreza, la delincuencia y, sobre todo, la corrupción estatal, y se pasean con pancartas por avenidas mientras los nuevos ricos que supieron hacer mercado donde había Estado los miran desde arriba sonriendo.
Aún así la gente no ve la salida a los problemas, pero ésta es muy simple: en vez de buscar funcionarios que quieran asumir los roles del mercado desde la esfera estatal, la gente debe buscar funcionarios que quieran limitar el tamaño del Estado y que dejen en paz al mercado.
Decía Benjamín Franklin que nunca una nación se ha arruinado comerciando. En cambio el Estado es siempre la razón de los problemas nacionales. Y los políticos, equivocados, ensanchan su tamaño hasta más no poder, porque no saben; y como no saben cómo funciona el Estado, entonces tampoco saben manejar sus instituciones y por consiguiente los servicios son ineficientes y la corrupción es colosal. Las infraestructuras se caen a pedazos, hay delincuencia en las calles y la gente se queja de que “no hay justicia” porque el dinero del contribuyente no se destina a esas funciones y se va a las empresas del Estado, a los amigos de afuera –y los de adentro- y a las bocas hambrientas de millones de funcionarios, sus familias, amigos y compadres.
Y la gente sale nuevamente a la calle a buscar a un nuevo líder, democrático, bondadoso y respetuoso, que sepa manejar las instituciones que en 50 años nadie ha sabido manejar. Pero nadie sale a pedir un Estado más pequeño, un gobierno limitado y unos mercados más libres. Por eso hay pobreza.
Artículo sacado del blog de Oliver Laufer http://deje-hacer.blogspot.com/
Sigamos juntos construyendo puentes GENTE con GENTE.
William Requejo Orobio
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