Al igual que otros muchos periodistas extranjeros, hice mi peregrinación a Finlandia para averiguar cómo hizo este país para trepar a los primeros puestos de los escalafones internacionales que evalúan el éxito social, económico y político. La respuesta, me enteré, es sorprendentemente simple.
Finlandia ocupa el primer puesto en el índice de Transparencia Internacional sobre las naciones menos corruptas; es el primero en el escalafón de Freedom House de los países más democráticos; el primero en los exámenes internacionales de ciencia realizados por estudiantes de 15 años, y está entre las 10 economías más competitivas, según el Foro Económico Mundial.
Un país pequeño, con solo 5,3 millones de habitantes, que hace apenas dos décadas era el más pobre del norte europeo, Finlandia también puede jactarse de ser la sede de la empresa de celulares más grande del mundo —Nokia— y de tener las empresas papeleras y de pulpa más innovadoras del planeta.
El éxito finlandés ha provocado curiosidad, especialmente en Latinoamérica, donde la mayoría de los países aún no han hecho la transición de ser exclusivamente exportadores de materias primas a convertirse en productores de alta tecnología.
¿Cómo lo hicieron?, le pregunté a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen. “Puedo resumirlo en tres palabras: educación, educación y educación”. En las últimas décadas, Finlandia invirtió más que casi todos los otros países en la creación de un sistema educativo gratuito. Eso le permitió pasar de ser una economía agraria a tener una industria de tecnología de avanzada.
¿Y cuál es el secreto de su sistema educativo? Entre otras cosas, el excelente nivel de capacitación de los maestros de escuela primaria, dijo ella. “Tenemos una larga fila de expertos internacionales que están haciendo cola frente a las puertas de nuestro Ministerio de Educación para ver qué pueden aprender de nuestro sistema”.
Por lo que vi, los maestros están relativamente bien pagos y gozan de gran respeto social. Es necesario tener al menos una maestría para enseñar en la escuela primaria, y una licenciatura para enseñar en el kindergarten. Solo uno de cada 10 postulantes es admitido en la carrera universitaria de Educación.
“La profesión docente se está haciendo cada vez más popular, especialmente entre las mujeres”, me dijo Ossi Airaskorpi, director de la escuela Juvanpuisto, a casi una hora en auto de Helsinki. “En las décadas de 1980 y de 1990, todo el mundo quería ser ejecutivo. Ahora, todos quieren ser maestros. Así pueden hacer parte de su trabajo en casa, cobrar un salario relativamente bueno y tener dos meses y medio de vacaciones por año”.
En una visita a un aula de primer grado de la escuela Juvanpuisto, vi a una maestra dictando clase, mientras una asistente estaba sentada en una de las mesas con un grupo de niños y les susurraba al oído para ayudarlos a entender algo que no habían captado. En una pequeña aula contigua, una ‘maestra especial’ daba una lección personalizada a una niña que necesitaba apoyo adicional. Las clases individuales ayudan a reducir la brecha entre los buenos estudiantes y los que no son tan buenos, lo cual ayuda a explicar por qué Finlandia obtiene tan buenos resultados en los exámenes internacionales.
Así mismo, las escuelas usan un programa de computación al que los padres pueden acceder para recibir los últimos reportes sobre sus hijos, como por ejemplo si faltaron a la escuela, usaron su teléfono celular en clase o deben hacer una tarea especial para el día siguiente.
Mi conclusión: Finlandia podría ser un excelente ejemplo para los países latinoamericanos que quieren convertirse en exportadores de productos de alta tecnología. Les sería muy útil recordar los tres secretos: educación, educación y educación.
por: Andrés Oppenheimer -
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William Requejo Orobio
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