miércoles, 15 de octubre de 2008

Relaciones destructivas

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Bajo los efectos de ese sentimiento llamado amor pensamos que podemos corregir los peores defectos del cónyuge. No obstante, existen casos en que eso no es posible.


Sin que, necesariamente, estemos conscientes de ello, las mujeres podemos participar en una relación destructiva, en que la propia autoestima, constantemente, sea agredida por alguien que dice amarnos, pero nos causa dolor con sus palabras y acciones.


Lo anterior no es un mal que afecta sólo a las mujeres. Algunos hombres pueden igualmente recibir ataques verbales o físicos por parte de sus compañeras. En ambas circunstancias, esas uniones causan traumas que pueden necesitar bastante tiempo para curarse. Lo peor es que cuando se permite que esas relaciones duren, ya que se duda en la posibilidad de encontrar a alguien superior, la situación resulta aún peor.


1. Entrando en cólera sin aparente causa


Un domingo en la mañana, mientras María V. sentía ese desagradable sentimiento de no saber cómo resolver un conflicto con su pareja. En estado de depresión, se preguntaba: ¿Por qué me habrá dicho esas duras palabras ayer en la noche? Eran como las 10:00 a.m. Todo parecía negro. María, torturándose, incesantemente, en su mente, le cuestionaba una y otra vez a Enrique, su esposo, su agresión hacia ella. La respuesta es que bajo los efectos de ese sentimiento llamado amor pensamos que podemos corregir los peores defectos del cónyuge. No obstante, existen casos en que eso no es posible.


Era víctima María de esas relaciones destructivas en que las crisis se repiten de manera continúa. Conoció a Enrique en una fiesta. A los tres meses, ellos ya estaban viviendo juntos. Al año, se casaron. Al principio, fue una relación bonita como todas. Después, ella empezó a darse cuenta de que su amado perdía la razón si lo contradecían en algo, como, por ejemplo, un día de esos en que salía del trabajo agotada, como a las 6:00 de la tarde, pensando únicamente en llegar a su casa para descansar, entonces él se antojaba de salir a pasear. Al decirle María que no, se armaba tremendo alboroto.


De igual manera, si María invitaba a Enrique a algún evento de la compañía donde laboraba, se molestaba si ésta entablaba conversación con alguien del sexo opuesto, así fuese por cuestiones de trabajo. Y si ella se demoraba haciendo una actividad por razones justificadas y no lo llamaba, enloquecía y perdía con facilidad el control. Discutían por varias horas hasta que después exhaustos hacían las pases.


Ya llevaban cuatro años juntos, pero la paciencia se le estaba agotando a María, que ya perdió la cuenta de las veces que había jurado que lo iba a dejar definitivamente. Entonces, Enrique venía manso como una ovejita, le perdía perdón y le decía: Todo va a cambiar. Eso no volverá a pasar. Luego, lloraba y juraba por la memoria de su padre que jamás la volvería insultar.


2. Pensando que todo será diferente


Como amaba a Enrique, María V. siempre lo perdonaba. No obstante, ese domingo en la mañana, se levantó y se preguntó: ¿Seré capaz de pasar el resto de mi vida con él? Y un extraño sentimiento de incertidumbre la embargó.


Su instinto de preservación le alertó que estaba en peligro. Esto le había pasado en varias ocasiones. Sin embargo, el amor que sentía por Enrique salía a flor de piel haciéndola sorda a cualquier señal que su sexto sentido femenino le enviara.


En verdad corría peligro, porque a Enrique le daban unos ataques de rabia que, en un dos por tres, perdía la facultad de razonar y podía llegar a lastimarla no únicamente con palabras obscenas sino también con dejarle marcas en su cuerpo.


Estaba más que claro que Enrique no le convenía a María, pero ella se encontraba en una especie de letargo que le impedía apreciar semejante realidad. Pues, a pesar de que era bella, aún joven y profesional, pensaba que no podía conseguir otro pretendiente mejor que él. Todas sus amigas le decían lo contrario, que debía dejarlo y que ella se tenía a sí misma, que era lo más importante.


Ella les juraba que, más temprano que tarde, lo iba a hacer, pero él la convencía de que todo iba a ser diferente y eso nunca ocurría. A pesar de lo anterior, ese domingo en la mañana algo extraño pasaba con María. Sentía una especie de valentía que, de repente, se asomaba junto a ese estado depresivo que la embargaba. Ya Enrique había llegado demasiado lejos. Sus crueles palabras habían sido sumamente hirientes y ofensivas la noche anterior. Ella no las merecía.


3. Cortando por lo sano


María esperó que Enrique regresara. Se sentó frente a él. Lo miró fijamente a los ojos, le dijo: Quiero el divorcio. Él la insultó. Luego, cuando la vio tan segura de sí misma, sintió temor. Seguidamente, fue bajando el tono hasta suplicar, pero, curiosamente, ese domingo, las palabras de él no tenían algún efecto en ella.


Era capaz de verlo y de no suspirar de amor por él. Estaba entonces curada de ese sentimiento enfermizo que le había llevado a soportar múltiples maltratos de parte de aquél que aunque decía amarla, de manera constante, sin piedad, la hería.


Seguidamente, María V. le sacó toda la ropa del closet a Enrique. Le bajó una maleta y agregó: El abogado te llamará. Después de pronunciar aquella frase, sintió un gran alivio, como si se quitara un peso de encima que, desde hacía un tiempo, la asfixiaba.


Ese domingo, María V. era entonces otra persona. Después de no saber cuántas veces había jurado que abandonaría a Enrique, ese bendito día, cumplió su promesa y sacó de su vida a su victimario.


Isabel Rivero De Armas


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Sigamos juntos construyendo puentes Gente con Gente.

William Requejo Orobio.



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