A veces, algunas mujeres me preguntan por qué nunca hablo del amor feliz, de los hombres tiernos, de niños y niñas alegres, del beso del compañero, de la caricia del amante, de las mujeres que no saben lo que es la violencia doméstica. Me cuestionan por hablar tanto de violencias, maltratos, golpes, abusos, violaciones, despojos, dolores y desesperos.
Respondo entonces que no necesito revelar la felicidad; en cambio, el maltrato y todas las violencias contra las mujeres, las niñas y los niños necesitan denunciarse. Si nadie habla de ellas, ¿cómo prevenirlas, remediarlas y sancionarlas? ¿Cómo mejorar la suerte de miles de mujeres en el mundo si cerramos los ojos ante tantas desgracias vividas? Sin embargo, y a pesar de estas razones, hoy intentaré escribir sobre la felicidad y, mejor aún, sobre la no-violencia.
Escribiré, por tanto -y a propósito de la conmemoración del 25 de noviembre, Día Internacional de la no Violencia contra las Mujeres-, acerca de hombres tiernos, cómplices, amantes y compañeros nuestros; hombres que dudan y rechazan lo que la cultura patriarcal quiso hacer de ellos; hombres dispuestos a extraviarse en el camino de una masculinidad trasnochada; hombres que disfrutan la compañía de las mujeres aun cuando acepten no entenderlas del todo. Es decir, hombres reconciliados con su lado femenino y que gozan al descubrir un universo que les había sido vetado.
Hombres que reconocen su fragilidad y, sobre todo, hombres que quieren a mujeres autónomas, libres y protagonistas de sus vidas. Hombres y mujeres que se levantan por la mañana y comparten el primer tinto antes de entrar juntos en la ducha y despertar a sus hijos e hijas con la sonoridad de sus risas, extrañados los dos por un día más de algo que prefieren no definir por miedo a exorcizar la felicidad. Y pensando esto, descubro por qué no me gusta escribir sobre la felicidad. Tengo miedo de asustarla, de no encontrar las letras del alfabeto capaces de darle densidad.
Tengo miedo de dejarme atrapar por las insulsas cifras de tantas encuestas que trafican con la felicidad y la manipulan. La felicidad es silenciosa y discreta; es tímida y detesta los escenarios mediáticos, los discursos, las cámaras, la publicidad y las encuestas.
Dejémosla tranquila. Ella se sabe nombrar y defender sola; no necesita de voces extrañas y, sin embargo, siempre la podemos reconocer en una expresión, en una mirada transparente, en una sonrisa interior que no precisa explicación.
Por el contrario, la infelicidad, la desgracia, la desdicha, le malheur en francés, y el maltrato y la violencia que las generan, necesitan explicaciones, necesitan conocerse, denunciarse y remediarse, porque cada ser -mujer u hombre, niña o niño- se ha ganado ese derecho fundamental y absolutamente básico a una vida libre de violencias. Y si hablo más de lo que quisiera sobre las violencias y específicamente de las violencias cometidas contra las mujeres, las que son perpetradas por el hecho de haber nacido mujer, es porque son aún pan cotidiano, tanto en nuestro país como en muchas partes del mundo.
Y seguiré hablando de estos temas que fastidian e incomodan, pero que necesitan volverse debates públicos y privados con el fin de construir día a día una conciencia crítica capaz de mover estas montañas culturales que parecieran inamovibles y que, sin embargo, son susceptibles de cambio. Por todo ello, desearía que no solo exista un día o un mes dedicado a la no violencia. Desearía que todos y todas se puedan obsesionar, como yo, para denunciar y rechazar la violencia, las inequidades y las injusticias todos los días. Tal vez así tendría la posibilidad de no morir indignada.
Florence Thomas
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Publicación el tiempo de colombia.
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